Si Atlético no venía de coleccionar figuritas ganadoras de la Guerra de las Galaxias en los últimos tiempos fue porque de a ratos equivocó los caminos cayendo al lado oscuro de la fuerza. Pecaba como Adán con la manzana prohibida. Entonces, chau Edén, chau victoria. Algo cambió ayer. Para bien.
Apareció en escena el Atlético de febrero pasado, aquel que marcó tendencia a nivel continental en las fase clasificatoria de la Copa Libertadores y cuyo premio fue el boleto al grupo 5 del torneo.
Volvió el mejor “Decano” a la pista. Y lo hizo justo ante un rival como San Lorenzo, el que buscaba presionar al líder Boca en el Monumental pero, finalmente, hizo lo contrario. Principalmente por culpa del dueño de casa, corajudo al momento borrar su cartel de “flojito de mandíbula”; precavido cuando la pelota llegó a la zona caliente; duro y astuto para controlar a un “Ciclón” más parecido a una brisa primaveral que a un fenómeno climático.
Atlético ejerció el domino territorial a partir de haber hecho una lectura rápida y acertada de lo que podía pintar el partido ante los de Boedo: minar el medio campo con gente de buen pie y velocidad fue un acierto. El mismo que tardó en tomar color y forma, porque si bien jamás pasó un sofocón el “Decano”, Sebastián Torrico tampoco se ensució demasiado la ropa. Apenas si hubo tres buenas acciones, al principio. Todas producto de una buena recuperación en la medular y de una rápida salida de contra. Atlético se sintió bien presionando. Estaba en su salsa.
Pero como venía sucediendo, el premio le seguía siendo esquivo. Merecía la sortija, aunque no podía capturarla. Y para colmo de preocupaciones, cuando Néstor Ortigoza y Marcos Angeleri ingresaron sobre el arranque del complemento, como que la marea comenzó a cambiar de color.
Atlético volvía a sentirse aturdido como en el pasado, aunque sin sufrirlo en el arco de Cristian Lucchetti, que logró una tapada notable al ángulo izquierdo en los 45’ iniciales que pudo ser el 1-0 de Fernando Belluschi.
El susto fue un suspiro, y el buen cabezazo en soledad de Fernando Zampedri, una alegría. David Barbona, que durante el acto uno chocó seguido y mal con Fabio Álvarez, pateó el córner de la redención, el de su despegue. Fue la movida perfecta.
Atlético era ganador, lo merecía. Y como tal, sin darse cuenta, se olvidó de jugar con el lado oscuro de la fuerza y se concentró en edificar una victoria merecida y contundente. Era hora.